martes, 15 de septiembre de 2009

Voy a contar un cuento

Había una vez una concejala..., o mejor dicho, hay una concejala en un pueblo muy bonito, que era una persona dedicada por entero a su pueblo, a los demás y a solucionar todo aquello que estando en su mano, fuese beneficioso para la comunidad.
En ese mismo pueblo, además de esta concejala, habitaba una bruja maligna y egoísta, que todo lo quería para ella y que no tenía reparos en utilizar cualquier artimaña si con ello conseguía consumar sus maléficos propósitos.
La malvada bruja tenía intención de ejecutar una obra en una calle, cuestión que como era habitual en ella, no meditaba ni lo más mínimo, sino que conforme se le ocurría la idea, inmediatamente mandaba elaborar el proyecto de obras en base a sus necesidades, sin tener en cuenta las propiedades particulares colindantes y por supuesto, lo que los propietarios de aquellos terrenos que necesitaba ocupar pensaran al respecto. Así que, como si de su propio cortijo se tratara, no dudó en incluir en ese proyecto de obras unas lindes que pertenecían a otras personas, pero como era malvada y sabía que estos propietarios ya fueron despreciados en su momento cuando se les “ocurrió” donar al Ayuntamiento esos mismos terrenos para la construcción de una Residencia para Disminuidos Psíquicos y que ella rechazó por aquellos entonces, barruntó la idea de embrujar a la concejala buena para que fuera a hablar con ellos y los convenciera.
Como era de suponer, los propietarios de los terrenos se sorprendieron enormemente, primero, por haber visto como se incluían sus pertenencias en un proyecto sin contar con ellos, y segundo, porque había que tener la cara muy dura para venir ahora, después del rechazo y el desprecio anteriores y con la política de hechos consumados que la malvada bruja acostumbra a desarrollar, a pedir su consentimiento para que esta obra, ya proyectada, se pudiera ejecutar. Cuando la concejala buena se encontró con estos argumentos tan evidentes y contundentes que los propietarios le manifestaban, quedó pasmada y anonadada. Llena de estupor pidió mil disculpas una y otra vez a los propietarios, aunque como venía hechizada por las maléficas artes de la bruja maligna, cometió un error, error fatal que la puso en evidencia y que vino a demostrar que no era del todo tan buena: mintió al decir que ella no sabía nada de aquel asunto y que había tomado esta iniciativa a nivel personal.
El final del cuento aún está por contar, porque entre otras cosas, tanto la concejala, ahora “menos” buena, como la bruja maligna, han desaparecido como por arte de magia del lugar de los hechos y los propietarios han quedado a la espera de recibir nuevas informaciones al respecto de estos acontecimientos… y que aún siguen esperando.
No obstante, y si yo fuera el narrador de este cuento, pondría mucha atención a esos silencios por parte de la maligna bruja, porque a buen seguro que la marmita donde se cuecen y amalgaman los conjuros debe estar siendo nutrida de condimentos que consigan los efectos que ésta persigue.
Las brujas son así.

2 comentarios:

Picalcan dijo...

yo no lo leo este cuento a mi hija esta noche, que quiero que duerma.

Anónimo dijo...

Si Pedro, leele el cuento y como cuento que es (en esta tierra se dice "cuento chino")cuentale el final:
Resulto ser que la bruja se impuso a un gran obispo y sus secuaces que con oratorias y festines explicaban a un pueblo todo el derecho que tenian, el pueblo sabio se dio cuenta que todo los derechos que tenían algunos les estaban llegando de la mano de la que estos llamaban bruja. Tal sabio es el pueblo que desplazó a estos inquisidores, unos estan desaparecidos y otros.......
Moraleja: no hay mal que por bien no venga y a lo hecho pecho.