martes, 29 de noviembre de 2011

Ladran, luego cabalgamos

Ante el pánico que su fiel escudero le manifestaba al escuchar los ladridos de perros en la noche, el Caballero de la Triste Figura bocetó la magnífica observación que convirtió el miedo, la cobardía y la zozobra, en esperanza, tesón y, sobre todo, en el sentimiento más sublime de la autoestima posible: “ladran, luego cabalgamos”.

En éste, mi pueblo, haría falta (de nuevo) un hidalgo soñador que nos pusiera las pilas a esos amedrantados “Sanchos” que solo producimos efluvios malolientes por nuestras posaderas, del miedo que nos da mirar sin ver y palpar sin llegar a tocar ese oscuro y tenebroso futuro que se atisba. Ni siquiera se producen noticias de que el pulso sigue latiendo en nuestras venas, a pesar de que va para seis meses que nos trasfundieron por completo el viscoso líquido conductor de vida, sangre roja, por otra que parecía más fluida, jovial y emprendedora.

Hasta ahora solo las misteriosas penumbras siguen alimentando el pavor de “los escuderos”, vasallos acostumbrados a que, al menos, se nos inyecte una pequeña vacuna de moral por parte de nuestro señor, aunque sea a base de argumentar grandilocuentes manifestaciones de que en un futuro amanecerá y la luz del sol nos hará percibir los colores del entorno.
Esperemos que de alguna manera no nos acostumbremos a la noche islandesa y las penumbras no sean persistentes… aunque también allí, en la cercanía del Polo Norte, de vez en cuando disfrutan con la maravillosa visión de la Aurora Boreal.