miércoles, 2 de septiembre de 2009

Mi admirado maestro

Como cualquier hijo de vecino (¿qué querrá decir ésto?), yo también me he incorporado a lo cotidiano después del período vacacional. Me lo he pasado bien, muy bien. He alcanzado algunas de las expectativas que deseaba realizar y experimentar, bastante satisfactorias por cierto, y por lo demás, qué voy a contar de las vacaciones, que al menos a mí solo me sirven para pegarme unos fletes e incentivar el cansancio hasta límites de récord Guinnes. Algo sí que he descansado, pero lo justo para no perder comba y aprovechar el tiempo cansándome en todo aquello que me gusta y que normalmente no puedo hacer en tiempos distintos a estos de asueto.
Veraneo desde hace bastante tiempo en el mismo lugar, con lo que ya tengo cierto conocimiento del entorno, de sus gentes, de los andurriales y, en definitiva, de las posibilidades que ofrece en bastantes aspectos, lo que me permite planificar de manera anticipada y casi con precisión matemática cómo voy a distribuir mi tiempo y en qué manejos. Algunas veces (bastantes) falla la previsión, pero eso es lo que le proporciona al hecho esa esencia tan estimulante que te hace sentir frescura y novedad, porque como es algo que no esperas, la improvisación se convierte en sugerente artimaña que te mantiene ocupado y distraído (amén de que tanto rigor puede llegar a ser fastidioso).
En lo que más me gusta de estar en la costa, que es pescar, he disfrutado hasta extremos casi orgásmicos, vamos, que después de estar planificando un año entero para enfrentarme a nuevos eventos y para la puesta en práctica de novedosas técnicas casi con rigor estudiantil de tesis doctoral, llegado el momento me encontré con que todo funcionaba, que era comodísima y efectiva la teoría y los métodos y aparejos que previamente me había preparado. No solo eso, sino que además sentí la satisfacción de que los “colegas” con los que compartía orilla y afición se interesaban en preguntarme que qué era ese procedimiento que estaba empleando, ese montaje de anzuelos en la línea, esos tambores de carrete tan especiales, esos lances que superaban con creces las distancias que los demás alcanzaban y, en fin, que quedé anonadado con las actitudes de admiración que me dispensaron y que al final llenaba de peces mi cubo, en algunas ocasiones haciendo doblete de capturas.
Solo tuve un inconveniente, que no coincidí hasta el último día con un amigo al que conocí hace cuatro años, de Puente Genil, y que me llamaba “mi maestro” porque el primer día que coincidí con él en el espigón, además de meter hasta las narices en todo lo que hacía, cuando anzuelaba la carnada, cuando anudaba un terminal a un aparejo, cuando preparaba las lombrices en la aguja, etcétera, hasta el punto de que más de una vez tuve que decirle que por favor se apartara, que necesitaba espacio para poder incluso coger la botella de agua para beber, no paraba de hacerme preguntas, como una ametralladora, una detrás de otra. Casi no me daba tiempo a contestarle, solo estaba pendiente de cómo satisfacer esa angustiosa necesidad que el tipo tenía por aprender y que yo, novato en estas lides por aquel entonces, solo sabía por haberlas copiado de todos aquellos a los que había visto hasta entonces.
Mi tocayo de Puente Genil no llegó hasta el último día, justo el que yo me volvía de mis vacaciones en este lugar, y mi sorpresa fue que cuando coincidí con él, precisamente en el espigón donde nos conocimos, estaba pletórico y deseoso de enseñarme todos los aparejos que tenía preparados para mí, si, para mí. El “discípulo” venía a enseñarle a “su maestro” los avances que había desarrollado en técnica, métodos, aparejos y hasta en cómo preparar unas sardinas para que fueran cebo “bocato di cardinale” para los peces.
Me resultó frustrante, bastante decepcionante no haber podido compartir con él algunos días, solamente por el hecho de que me lo paso estupendamente con su compañía, pero además es que este año mi tocayo venía preparado, algo similar a lo que yo estuve haciendo casi un año entero para poner en práctica llegado estas fechas.
Él había hecho lo mismo que yo, pero con una significativa diferencia: había estado pensando en mí, en aquello que sabía me podría impresionar; quería enseñarme todos los avances en conocimientos que lo habían llevado a “fabricar” nuevos aparejos, conocer montajes diferentes, idear sistemas y, en definitiva, perder su tiempo en prepararme físicamente todo aquello que a él mismo le hacía sentir orgulloso de poder enseñar a “su maestro”.
Espero con ansias las vacaciones del año que viene. Estoy seguro de coincidir con él, con mi “discípulo”, que solo por el hecho de haberse preocupado tanto en mí, a partir de ahora será “MI ADMIRADO MAESTRO”.

4 comentarios:

Picalcan dijo...

Que algunas (bastantes) veces no salga lo planificado con anterioridad tiene ua causa, que a su vez tiene nombre de mujer: el de la tuya.

Anónimo dijo...

Joder Lolo, con esta misma fecha recomiendo este articulo a tu amiga y vecina Luisa Ruiz.

Manuel dijo...

Picalcan, lo has "clavao".
Saludos de mi "contraria".

Manuel dijo...

Anónimo,

no comprendo tu intención,

más tú recomienda, recomienda

pues no cabe solución:

la jodienda no tiene enmienda.

(Versos inéditos de autor inexistente)