martes, 26 de mayo de 2009

Insólitas coincidencias


Hay veces que no habría que levantarse de la cama, más que nada porque da la sensación que hados y elfos han conjurado en tu contra y hagas lo que hagas te saldrá mal. Pero si encima de que las cosas te salen como el culo, éstas se concatenan y se suceden en el tiempo de manera redundante, más vale que te eches en aceite y te quedes quietecito cual queso macerando.
Algo parecido debió pasarle a una señora que como acostumbraba todos los miércoles, acudió a hacer su compra a un conocido súper de la localidad, donde además de ser conocida por todos y todas las empleadas, ella misma sabe al dedillo todos los vericuetos de esta tienda, desde la misma entrada, hasta el lugar donde se ubican los artículos expuestos para la venta. Nada más acceder a la puerta automática, ésta se abrió y en ese momento otra señora que pasaba por la calle, conocida suya, la saludó, cuestión que obligó a la susodicha a volver la cara para corresponderla. Justo al término de las salutaciones la señora en cuestión irrumpió con prisa hacia la entrada a más velocidad de lo que la puerta era capaz de abrirse (en el lapso de los saludos volvió a cerrarse), con lo que se estampó de bruces contra ésta, haciendo que señora y carrito de la compra rebotaran hacia atrás como si de una cama elástica se tratara.
La señora dio de culo en el acerado y el carrito, como poseído por la escudería Ferrari y obligado por el trompazo y la inclinación del terreno, tomó dirección hacia la calle justo cuando pasaba una furgoneta que no tuvo oportunidad de evitar la embestida y con la que fue a colocarlo encima del capó trasero de otro coche que estaba aparcado como a dos metros del suceso. La señora se repuso con cierta dificultad (la orondez de su figura influyó en ello) y se apresuró para ir a recoger el endiablado carrito que reposaba aún encima del coche; el conductor de la furgoneta también corrió aceleradamente en la misma dirección a socorrerla, pero por la parte izquierda del vehículo, con lo no podía ver a la mujer… de momento, porque en cuanto los dos confluyeron en el vértice frontal de la furgoneta, la vio… mejor dicho, vio las estrellas al estamparse literalmente contra ella y… ¡otra vez la señora al suelo!.
Esto estaba tomando un cariz satírico, pero lo peor estaba aún por llegar.
El hombre extendió su mano para ayudar a la mujer a levantarse y ésta lo agarró con su brazo izquierdo, estirando el derecho para agarrar y apoyarse en lo primero que alcanzó, que no fue otra cosa que el carrito diabólico que seguía encima del coche, justo al lado donde la señora reposaba su trasero, y que parece ser estaba esperando este “estímulo” para echársele sobre la cabeza. Ésta, al ver que el apoyo le fallaba y que había perdido la luz (el carrito le entró por la cabeza como una funda de su talla), dio un fuerte tirón del brazo del conductor de la furgoneta y éste fue a parar encima de la “señora vestida de carrito de la compra”, como hubiera titulado Dalí a este cuadro surrealista.
En estas circunstancias se encontraban cuando llegó la guinda del pastel: un Policía Municipal se acercó al lugar de los hechos tocando el silbato para poner orden en el caos que la furgoneta estaba causando en el tráfico por haber quedado en mitad de la calzada, y cuando atisbó el hueco que quedaba entre ésta y el automóvil de enfrente, se quedó pasmado: una mujer en el suelo, chillando y tapada la cabeza por un carrito de la compra y un señor encima braceando y pataleando. El Policía no lo pensó dos veces: sacó su porra y le arreó al conductor de la furgoneta dos vergajazos, uno en todo el lomo y otro por la entrepierna, mientras llamaba pidiendo ayuda a sus compañeros y se apresuraba en poner las esposas al pobre señor.
Entre lamentos, gritos y chillidos acudió una multitud de personas que se encontraban cercanas al lugar para tratar de ayudar y aclarar el insólito suceso, pero fundamentalmente, para intentar aplacar el ímpetu del Policía Municipal que andaba “cagando leches” en la faena de inmovilizar al dolorido conductor de la furgoneta.
Cuando al cabo de un rato ya todo se calmó (sobre todo el Policía) y las aguas empezaron a volver a su cauce, se oyeron unas risotadas como enclaustradas, como si salieran de un habitáculo cerrado… y así era; era la señora, que sentada en el suelo, aún portaba el puñetero carrito de la compra sobre sus hombros y se estaba partiendo el pecho de la risa.
Se zafó como pudo del carrito, miró con ojos vidriosos a todos los que allí se encontraban, y sin dejar de reírse dijo: “no tenía que haber salido hoy de casa; ¡hay que ver la que he “liao”!

2 comentarios:

Picalcan dijo...

jejejejeje.
No termino de creerme que este relato pertenezca en su totalidad a la realidad. Creo que es fruto de ma mente del autor.

Manuel dijo...

Llevas razón. Tenía ganas de reirme un rato.