martes, 7 de febrero de 2012

Que "vino" El Lobo



Esta mañana me toca sellar por segunda vez “la tarjeta del paro” desde que me prejubilé. A pesar de mi privilegiada posición, no puedo dejar de sentir un escalofrío cada vez que acudo a este lugar y percibo las miradas angustiadas de muchas, muchísimas personas que allí se encuentran, haciendo cola para recoger las migajas que este tipo de organismo dispensa, pero necesarias para seguir subsistiendo. Sus pupilas están como distantes, pero alerta, como disculpándose por esta situación que les ha tocado vivir, pero demandantes angustiosos de su derecho al trabajo; es una circunstancia paradójica: por un lado exigen un derecho, que poco a poco se va difuminando y diluyendo en nuevas leyes que solo priman los beneficios empresariales, y por otro se sienten como pedigüeños, como desahuciados de la sociedad, y es que adquirir este estatus de “desempleado” es como pecar e ir a solicitar el perdón… por haber perdido el empleo o por solicitarlo por primera vez.
Ahora se llama “tarjeta del paro” y a mí me recuerda a la “cartilla de racionamiento” de otras épocas, en las que se prescribían los escasos alimentos diarios a los que las personas podían acceder. Me suena casi a lo mismo y al paso que vamos, afectará a casi las mismas personas que, curiosamente, solo se encuentran en las de clase trabajadora, no en empresarios, ni en políticos, ni en especuladores, ni en banqueros. Curioso.
Ahora, más cercano a nosotros, en nuestra tierra del Guadiato, de nuevo se percibe otro paso más hacia el desdén, el abandono y la miseria: el cambio de gobierno de la nación está produciendo, por el efecto político llamado “lo que tú hagas lo deshago yo”, el que otra vez esta comarca ande “pordioseando” lo que por derecho le corresponde y que el flamante equipo de Rajoy dice que va a suprimir: los fondos MINER para infraestructuras. Disminuye el “racionamiento” a las ya muy acotadas posibilidades de este territorio, con lo que si desde su inicio, allá por los años 90, hasta la fecha, ha servido para poco (y a las pruebas me remito, habida cuenta del empleo, habitantes y riqueza que se ha perdido), si aún nos restringen más los apoyos en plena época de crisis mundial, está claro que nos veremos abocados a la emigración forzosa de nuestra tierra en busca de un horizonte que nos proporcione un futuro, al menos, con esperanza de que la “cartilla de racionamiento” mantenga aquellos alimentos indispensables para una vida digna.
Ya era una muerte anunciada antaño: la desaparición de la minería por estos lares a un ritmo superior a la creación de nuevas expectativas de negocio, riqueza y empleo estaba claro que nos llevaría a esta situación. La nula inversión de la Administración Pública en nuestro territorio era y es síntoma inequívoco de que la maquinaria inversora privada ni siquiera estaba siendo lubricada por los gobiernos de turno para que pudieran encontrar atractiva su implantación en esta comarca, ya que no solo hay que “decir lo que hay que hacer y subvencionarlo”, sino dar ejemplo con actitudes propias y anclar las administraciones allí dónde se pretende dar un futuro servicio público. Si esto no es así, difícilmente se puede entender que los gobiernos apoyan los territorios, solo los “masajean” con subvenciones pasajeras que para lo único que sirven, aparte de dar vidilla (entiéndase “mayor beneficio”) a los empresarios que las pillan, es para tener polígonos industriales a punta pala llenos de hierbajos y polvo, y que a la larga serán desvencijados, o por el tiempo, o por amigos de lo ajeno.

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