Soy un privilegiado. Nací, me crié y he desarrollado toda mi vida en lo personal y en lo profesional en mi pueblo, pequeño, entrañable y minero por antonomasia, y por eso ligado y dependiente de lo que es la minería, donde se trabaja (o trabajaba) a 300, 400, 500 ó mil metros bajo tierra, todos los días, 280 días al año, para sacar un salario que permitiera que estos trabajadores, como personas que son, pudieran tener la oportunidad de pensar en casarse, tener hijos y, en definitiva, depender de un sueldo que propiciara “el privilegio” de ser independientes económicamente.
Insisto, soy minero… minero de los de arriba, que solo he bajado a la mina por cuestiones laborales, dos, tres o cuatro veces, y donde mi labor profesional, recogida en el mismo convenio que los “topos”, consistía en llevar los números que la empresa necesitaba para sacar conclusiones y hacer cumplir las legalidades contables y fiscales… pero soy minero. Mi abuelo, mi padre… y los ancestros de este mi pueblo, que han sido vecinos y compadres, eran mineros. Siete horas laborales de trabajo, insisto, a 300, 400, 500 y hasta mil metros bajo tierra… todos los días… 280 ó 300 días laborales al año… cinco días a la semana y, además, a turnos, mañana, día y noche, o “el mixto”, que era el apelativo coloquial con que se conocía a este último. Daba igual en el turno que trabajaras, si ahí abajo, en la mina, siempre era de noche, porque a esa profundidad solo era anhelado y deseable que al término de la jornada laboral pudieras de nuevo ver la luz del sol.
Y si enfermabas, te podías dar de baja. El médico te firmaba un papel que ponía que estabas, por ejemplo, silicótico, te dolía un pie, un dedo, un riñón, e incluso que tenías una recaída de un accidente anterior que te había dejado la mano, la pierna, el codo o la cabeza taladrada o machacada por un pedrusco que te cayó en un mal momento. Y en algunas ocasiones, porque además eras miembro de las brigadas de salvamento, dentro de tu jornada laboral incluida en esas mismas horas de trabajo, te formabas para ser “rescatador” de tus propios compañeros, que con cierta frecuencia se quedaban sepultados en la mina, y tenías que hacer “doblete” para que tu cuerpo, tu mente y tu persona estuviera preparada para el peor de los desastres, como era meterte en la devastación que un derrumbamiento o una explosión habían provocado para, valga la redundancia, rescatar a tus compañeros enterrados bajo esa mole de mineral que no solo no te permitía respirar, sino que además, ni siquiera te facultaba a ver o tener la percepción de donde estabas.
Insisto, soy minero, de los arriba, de los que no han tenido que hacer ésto que cuento todos los días, pero que he vivido estas circunstancias tan cercanas como que cuando lo estoy contando se me estiran los pellejos de miedo, pero por lo que también puedo relatar que estas personas, trabajadores como cualquiera, estaban en sus tajos, a su horas, cumpliendo con sus obligaciones, y siempre bajo las premisas de un convenio colectivo, bueno o malo, que les regulaba las relaciones laborales con su empresa. Privilegiados, al fin y al cabo.
Y por conocer privilegios, también conozco otros, en otros ámbitos laborales, porque por suerte para mí vivo con la mejor persona del mundo, con la que me he casado, y que puestos a contar “maravillas” como las que he referido de ser minero, ella es enfermera y depende también de un horario a turnos, guardias de emergencias de veinticuatro horas y además tiene todos los días como “clientes”, en la mayoría de ocasiones, a personas en un estado muy doloroso, con problemas de salud perpetuo, enfermos terminales, o simplemente con lo que en los entornos familiares se produce cuando uno de sus miembros está en cualquiera de las situaciones anteriores. Todos los días.
Y por seguir relatando cuestiones predilectas, también conozco y me relaciono con el panadero que me suministra el pan que fabrica todas las noches cuando los demás dormimos, al fontanero que hace que salga agua de los grifos, incluso estando a disposición pública si hay alguna avería a cualquier hora, al albañil que pone ladrillos y hace tejados con 40º a la sombra en verano, e incluso, y para redondear, hasta conozco gente que se dedica a algo tan “raro” como es dispensar medicamentos en las farmacias, de lunes a domingos y fiestas de guardar , así como al personal que limpia las calles, a un pescador que solo vuelve a su casa cada seis meses, al que conduce un autobús o un camión, al bombero, al labrador y, en definitiva, conozco a un montón de gente que por ser enormemente afortunados y favorecidos, se dedica a algo que a todos nos beneficia de alguna manera.
Y ayer, casualidades espontáneas que se producen, también he coincidido con el padre de un controlador aéreo, amigo mío, por cierto. Éstos “trabajadores”, según ellos y sus familiares, son todo lo contrario a contar con privilegios, es más, no solo no son exclusivos, sino que además es o parece ser lo peor que te puede ocurrir en la vida.
Por eso voy a entrar ya directamente al asunto: si la mujer, el hermano, el cuñado, el padre o el vecino del quinto de cualquier controlador aéreo es capaz de defender la barrabasada que han propiciado en nuestro país estos “trabajadores”, estresados, oprimidos, explotados, vilipendiados y, si me aprietan, hasta “dados por el culo” por la patronal tirana que les ha obligado inminentemente a tomar esta postura, invito a cualquiera de ellos a que visite mi pueblo… o el pueblo de al lado… o el pueblo del norte, del sur, del este y del oeste de nuestro vasto territorio, para que comparen su situación con la de los demás.
Porque no es de recibo que estos “menesterosos, indigentes, mendigos, pordioseros, asilados, limosneros, vagabundos, pobres, desdichados, desamparados, desatendidos e indefensos personajes”, tengan la desfachatez de presentarnos su postura laboral como si los demás fuésemos una “camada de mansos, estúpidos y sumisos borregos” , a sabiendas y a ultranza de la estratégica posición que ocupan en nuestra sociedad (importantísimos, pero no por ello imprescindibles), y que encima nos hagan sentir subordinados a sus canalladas, perversiones, deslealtades, maleficios, perfidias y, para más recochineo, a sus privilegios, los que gozan sin pudor alguno estos avenidos, amorfos y solo perceptibles en las muy frecuentes ocasiones en que se movilizan, o mejor dicho, se inmovilizan, para buscar su único y exclusivo beneficio, denominados “controladores aéreos”, y que recurrentemente son expresadas en épocas vacacionales.
Y a 300… 400… 500… ó mil metros bajo tierra, donde lo que te juegas es tu propia vida para sacar adelante a los tuyos, solo te queda el remedio y el recurso de acogerte a la leyes, las mismas leyes que nos hacen socialmente adaptables al entorno que hemos votado en democracia: si quieres ganar más salario o tener mejores condiciones laborales, se lo pides al jefe, y si no te lo da, lo negocias por convenio, y si incluso negociándolo sigues considerándolo no apropiado, insisto, acudes a “las leyes”… y te vas de huelga… un día… un mes… o lo que haga falta, pero lo que no haces es lo que han hecho estos impresentables, que es pasarse por el forro las leyes y pisar el pescuezo de los demás, humillándonos sin pudor alguno, para coger por los huevos a todo un país, con la única y exclusiva intención de reivindicar sus cuestiones laborales, y que independientemente de quien gobierne, lo que han dispuesto estos días estos descerebrados, privilegiados, prepotentes, dominadores, déspotas, intolerantes, avasalladores, tiranos y sectarios controladores aéreos, es algo tan sencillo como espeluznante, y que es creerse que son los dioses de la voluntad popular y además poner de manifiesto de manera solapada, sin dar la cara, sin ni siquiera creer que hay derecho a una explicación, que sin ellos la vida es imposible y que son capaces de destruir un gobierno, un país y lo que haga falta con solo tener pretensiones laborales. ¡Un país en boca del mundo entero y por donaire de 2000 o dos mil y pico estresados, paranoicos y destruidos psicológica, familiar, social y profesionalmente, que es como sus propios familiares los han definido y expresado abiertamente en diferentes medios!.
Y los demás nos lo tenemos que comer con patatas, o lo que es lo mismo, comprender que efectivamente dependemos de estas personas tan sociables y amistosas que, ¡por favor, cómo no se le ha ocurrido a nadie que deben ser ellos los que, sin presentarse ni siquiera a unas elecciones, no ya de un país, sino incluso de una Comunidad de Países, los que controlen al pueblo humilde, sumiso e incapaz de pensar por sí mismo, y sepamos quién nos tiene que administrar los recursos, las posibilidades y el propio planteamiento de futuro!.
Pues nada más que objetar, solo me queda decir que esta partida de seres, han puesto de manifiesto estos días sus miserias más íntimas, sus andrajos y sus harapos, con lo que queda patente el estatus que ocupan y que quieren ocupar en la sociedad.
Insisto, soy minero… minero de los de arriba, que solo he bajado a la mina por cuestiones laborales, dos, tres o cuatro veces, y donde mi labor profesional, recogida en el mismo convenio que los “topos”, consistía en llevar los números que la empresa necesitaba para sacar conclusiones y hacer cumplir las legalidades contables y fiscales… pero soy minero. Mi abuelo, mi padre… y los ancestros de este mi pueblo, que han sido vecinos y compadres, eran mineros. Siete horas laborales de trabajo, insisto, a 300, 400, 500 y hasta mil metros bajo tierra… todos los días… 280 ó 300 días laborales al año… cinco días a la semana y, además, a turnos, mañana, día y noche, o “el mixto”, que era el apelativo coloquial con que se conocía a este último. Daba igual en el turno que trabajaras, si ahí abajo, en la mina, siempre era de noche, porque a esa profundidad solo era anhelado y deseable que al término de la jornada laboral pudieras de nuevo ver la luz del sol.
Y si enfermabas, te podías dar de baja. El médico te firmaba un papel que ponía que estabas, por ejemplo, silicótico, te dolía un pie, un dedo, un riñón, e incluso que tenías una recaída de un accidente anterior que te había dejado la mano, la pierna, el codo o la cabeza taladrada o machacada por un pedrusco que te cayó en un mal momento. Y en algunas ocasiones, porque además eras miembro de las brigadas de salvamento, dentro de tu jornada laboral incluida en esas mismas horas de trabajo, te formabas para ser “rescatador” de tus propios compañeros, que con cierta frecuencia se quedaban sepultados en la mina, y tenías que hacer “doblete” para que tu cuerpo, tu mente y tu persona estuviera preparada para el peor de los desastres, como era meterte en la devastación que un derrumbamiento o una explosión habían provocado para, valga la redundancia, rescatar a tus compañeros enterrados bajo esa mole de mineral que no solo no te permitía respirar, sino que además, ni siquiera te facultaba a ver o tener la percepción de donde estabas.
Insisto, soy minero, de los arriba, de los que no han tenido que hacer ésto que cuento todos los días, pero que he vivido estas circunstancias tan cercanas como que cuando lo estoy contando se me estiran los pellejos de miedo, pero por lo que también puedo relatar que estas personas, trabajadores como cualquiera, estaban en sus tajos, a su horas, cumpliendo con sus obligaciones, y siempre bajo las premisas de un convenio colectivo, bueno o malo, que les regulaba las relaciones laborales con su empresa. Privilegiados, al fin y al cabo.
Y por conocer privilegios, también conozco otros, en otros ámbitos laborales, porque por suerte para mí vivo con la mejor persona del mundo, con la que me he casado, y que puestos a contar “maravillas” como las que he referido de ser minero, ella es enfermera y depende también de un horario a turnos, guardias de emergencias de veinticuatro horas y además tiene todos los días como “clientes”, en la mayoría de ocasiones, a personas en un estado muy doloroso, con problemas de salud perpetuo, enfermos terminales, o simplemente con lo que en los entornos familiares se produce cuando uno de sus miembros está en cualquiera de las situaciones anteriores. Todos los días.
Y por seguir relatando cuestiones predilectas, también conozco y me relaciono con el panadero que me suministra el pan que fabrica todas las noches cuando los demás dormimos, al fontanero que hace que salga agua de los grifos, incluso estando a disposición pública si hay alguna avería a cualquier hora, al albañil que pone ladrillos y hace tejados con 40º a la sombra en verano, e incluso, y para redondear, hasta conozco gente que se dedica a algo tan “raro” como es dispensar medicamentos en las farmacias, de lunes a domingos y fiestas de guardar , así como al personal que limpia las calles, a un pescador que solo vuelve a su casa cada seis meses, al que conduce un autobús o un camión, al bombero, al labrador y, en definitiva, conozco a un montón de gente que por ser enormemente afortunados y favorecidos, se dedica a algo que a todos nos beneficia de alguna manera.
Y ayer, casualidades espontáneas que se producen, también he coincidido con el padre de un controlador aéreo, amigo mío, por cierto. Éstos “trabajadores”, según ellos y sus familiares, son todo lo contrario a contar con privilegios, es más, no solo no son exclusivos, sino que además es o parece ser lo peor que te puede ocurrir en la vida.
Por eso voy a entrar ya directamente al asunto: si la mujer, el hermano, el cuñado, el padre o el vecino del quinto de cualquier controlador aéreo es capaz de defender la barrabasada que han propiciado en nuestro país estos “trabajadores”, estresados, oprimidos, explotados, vilipendiados y, si me aprietan, hasta “dados por el culo” por la patronal tirana que les ha obligado inminentemente a tomar esta postura, invito a cualquiera de ellos a que visite mi pueblo… o el pueblo de al lado… o el pueblo del norte, del sur, del este y del oeste de nuestro vasto territorio, para que comparen su situación con la de los demás.
Porque no es de recibo que estos “menesterosos, indigentes, mendigos, pordioseros, asilados, limosneros, vagabundos, pobres, desdichados, desamparados, desatendidos e indefensos personajes”, tengan la desfachatez de presentarnos su postura laboral como si los demás fuésemos una “camada de mansos, estúpidos y sumisos borregos” , a sabiendas y a ultranza de la estratégica posición que ocupan en nuestra sociedad (importantísimos, pero no por ello imprescindibles), y que encima nos hagan sentir subordinados a sus canalladas, perversiones, deslealtades, maleficios, perfidias y, para más recochineo, a sus privilegios, los que gozan sin pudor alguno estos avenidos, amorfos y solo perceptibles en las muy frecuentes ocasiones en que se movilizan, o mejor dicho, se inmovilizan, para buscar su único y exclusivo beneficio, denominados “controladores aéreos”, y que recurrentemente son expresadas en épocas vacacionales.
Y a 300… 400… 500… ó mil metros bajo tierra, donde lo que te juegas es tu propia vida para sacar adelante a los tuyos, solo te queda el remedio y el recurso de acogerte a la leyes, las mismas leyes que nos hacen socialmente adaptables al entorno que hemos votado en democracia: si quieres ganar más salario o tener mejores condiciones laborales, se lo pides al jefe, y si no te lo da, lo negocias por convenio, y si incluso negociándolo sigues considerándolo no apropiado, insisto, acudes a “las leyes”… y te vas de huelga… un día… un mes… o lo que haga falta, pero lo que no haces es lo que han hecho estos impresentables, que es pasarse por el forro las leyes y pisar el pescuezo de los demás, humillándonos sin pudor alguno, para coger por los huevos a todo un país, con la única y exclusiva intención de reivindicar sus cuestiones laborales, y que independientemente de quien gobierne, lo que han dispuesto estos días estos descerebrados, privilegiados, prepotentes, dominadores, déspotas, intolerantes, avasalladores, tiranos y sectarios controladores aéreos, es algo tan sencillo como espeluznante, y que es creerse que son los dioses de la voluntad popular y además poner de manifiesto de manera solapada, sin dar la cara, sin ni siquiera creer que hay derecho a una explicación, que sin ellos la vida es imposible y que son capaces de destruir un gobierno, un país y lo que haga falta con solo tener pretensiones laborales. ¡Un país en boca del mundo entero y por donaire de 2000 o dos mil y pico estresados, paranoicos y destruidos psicológica, familiar, social y profesionalmente, que es como sus propios familiares los han definido y expresado abiertamente en diferentes medios!.
Y los demás nos lo tenemos que comer con patatas, o lo que es lo mismo, comprender que efectivamente dependemos de estas personas tan sociables y amistosas que, ¡por favor, cómo no se le ha ocurrido a nadie que deben ser ellos los que, sin presentarse ni siquiera a unas elecciones, no ya de un país, sino incluso de una Comunidad de Países, los que controlen al pueblo humilde, sumiso e incapaz de pensar por sí mismo, y sepamos quién nos tiene que administrar los recursos, las posibilidades y el propio planteamiento de futuro!.
Pues nada más que objetar, solo me queda decir que esta partida de seres, han puesto de manifiesto estos días sus miserias más íntimas, sus andrajos y sus harapos, con lo que queda patente el estatus que ocupan y que quieren ocupar en la sociedad.