lunes, 22 de junio de 2009

Un día soñé

Se notaba olor a humedad, pero de esa humedad que agrada, como la que rezuma la hierba de un cuidado césped recién cortado, o como el de la tierra mojada por una fina lluvia. Era una sensación muy seductora, porque proporcionaba frescura por un lado y a la vez evocaba naturaleza, que por ende, sugería libertad. La impresión de placer se acrecentaba porque de aquellas emociones estaba disfrutando mucha gente, personas de todas las clases, amigos, hermanos, padres, vecinos, adultos, jóvenes, que además compartían goce al ver que todo lo que les rodeaba, calles, tiendas, fábricas, escuelas y hospitales, era fruto del esfuerzo que los residentes habían puesto en el empeño, motivo por el que disfrutaban doblemente. Hasta los animales del entorno parecían más felices y desplegaban sus encantos a modo de trinos, colores y juegos con graciosos saltos y cabriolas que era su especial aportación a la euforia común.
Era una situación un tanto idílica, pero con un notorio componente asumido por cuántos compartían esa sociedad, y es que este escenario no se había producido por generación espontánea, si no que había costado un gran esfuerzo por parte de todos, y que además seguía costando, porque tenían que continuar en el empeño de cuidar que ésto fuera así, y a la vez seguir fomentándolo aún más para el bien y deleite de toda la comunidad.
Alguien que pasaba por los alrededores, y que probablemente no tenía nada que ver con aquello, arrojó despreocupadamente la corva de un cigarrillo encendido sin apenas mirar el sentido del lanzamiento, lo que hizo que ésta fuera a parar justo en una cuneta plagada de jaramagos, que por efecto del calor y el polvo de la carretera, estaban totalmente secos, quebradizos y con ausencia total de remojo. El efecto fue casi inmediato: la brasa del cigarrillo prendió una finas pajas, que a su vez empujadas por el viento, fueron a trasmitir el fuego hacia los matojos más grandes y aquello se convirtió en un rastrojal en llamas que como un reguero de pólvora recorría toda la cuneta. A lo largo de este transcurrir, el fuego remansaba y se avivaba en densas masas de hierbajos que rodeaban el pie de algunos árboles, cuestión que producía hogueras de cierta envergadura que llegaban a alcanzar las ramas más bajas de éstos. En poco tiempo el fuego era evidente y contundente. Las llamas andaban ya encaramadas a troncos y copas de algunos árboles, así como a setos de vegetación de un volumen lo suficientemente grande como para que el centelleo y la humareda diera a aquello categoría de incendio de significativa magnitud.
Los residentes abandonaron de inmediato sus quehaceres placenteros, y como una marabunta perfectamente adiestrada, acudieron al socorro de los bienes comunes y particulares que corrían el peligro de incendiarse o de malograrse por efectos del infierno que allí se había desatado. Cada uno portaba una herramienta y enser diferente con la que pelear contra el fuego, pero que conjuntadas todas ellas ofrecían una contundencia minuciosamente proyectada con la que atajar el problema.
Mangueras, hachas, vehículos terrestres y aéreos, palas, rastrillos, sierras y todo tipo de utillaje eran en manos de los residentes como enormes bocas que allá por donde pasaban iban aspirando el fuego y los rescoldos hasta hacerlos desaparecer por completo. Al paso de estas brigadas, inmediatamente detrás acudían otras que, pertrechadas con otra suerte de utensilios, se ocupaban en regenerar el terreno, construir de nuevo lo destruido y limpiar y embellecer las zonas que habían sido degradadas por el fuego.
En un pis pas no quedaba ni siquiera olor a humareda y, por supuesto, indicio alguno de que por allí había habido un devastador incendio. No solo no quedó huella de éste, sino que además el lugar adquirió un esplendor nuevo, más bello y moderno aún de cómo estaba antes del suceso. Los residentes de nuevo volvieron a sus quehaceres rodeados de la espléndida belleza de este novedoso e inmejorable entorno que, debido al conato de catástrofe, había crecido no solo en calidad, sino también en cantidad, ya que había aún más funcionalidad y número de residentes.
Solo quedaba un paisano que aún continuaba en labores de remodelación, y ésta consistía en clavar en el exuberante suelo una estaca, justo a la entrada de este fantástico lugar. Una vez plantada la estaca, asió a la misma un cartel de madera rectangular terminado en punta de flecha y en el que impreso con letras grandes se leía: “PEÑARROYA PUEBLONUEVO”.

4 comentarios:

Anónimo dijo...

Lolo, me pasa algunas veces, además luego casi siempre se cumple lo soñado o algo parecido.
Mira por donde tu soñaste esto el jueves y el martes cinco días después me acordé de tí, se originó un indencio en el Antolín, se sofocó rapidamente por los bomberos (avisado por los vecinos)y que casualidad cuando entre en el pueblo vi una gran fuente con bonitos chorros de agua (fuente la Luisa)además vi un escudo impreso en piedra igual al que tu soñabas, para más inri en tu querido barrio "los cuarteles".
Lolo es lo que te decía al principio, los sueños casi todos se cumplen.
Un abrazo

Manuel dijo...

Anónimo, no has pillado nada (o sí, pero con tu particular visión, por supuesto contraria a la mía).
Mi sueño sigue siendo un sueño, aún no se ha realizado... a pesar de tus bomberos, tus vecinos que los avisaron y tus bonitos chorros de agua a la entrada de mi querido barrio. Por cierto, ¿no serías tú el que arrojó la colilla por un casual, no?
Y por último, no acostumbro a abrazar a desconocidos (anónimos, en este caso), pero saludos igualmente.

Anónimo dijo...

¿Y como sabes que fue una colilla?, si todavia se esta investigando para poner remedio e intentar que no vuelva a ocurrir.
Pillado no lo se, se que siempre has sido un soñador, el abrazo soy yo quien lo da, que si te conozco, no llevo puñal.
Anonimo simplemente es por que soy uno más de los ciudadanos del pueblo, pero algo más de tí.

Manuel dijo...

Flipo.
Vamos a ver. Sé que fue una colilla porque... verás... como te lo explico sin que parezca pedante... la cuestión es que lo sé... porque... el relato lo he escrito yo, con estos deditos que tengo en cada mano y que apoyo sobre las teclas del teclado del ordenata para simbolizar con dibujitos (letras)lo que en mi imaginación fluye en imágenes.
En fin, Anónimo, que como dijo un amiguete de Descartes:
- Sueño, luego estoy dormido.