viernes, 27 de junio de 2008

La Propina

- Señora Justa, que dice mi madre que si me puede dar una ramita de perejil para hacer las albóndigas.
- Pues dile a tu señora madre que no están los huertos para dar, sino todo lo contrario, para recibir el trabajo de aquel que los siembra, que a la postre será el que se vaya a comer sus frutos. Por cierto, Pedrín, y tú como mandadero, ¿cuánto te llevas “a la talega?.
- Por el “mandao” me llevo un duro y como me pillaba de paso, la señora Juana también me encargó decirle al panadero que mañana no le deje pan, y por eso me ha “acoquinao” otro durillo.
- Bueno, pues ya que estás aquí, aprovechando la cochura te podías a la vuelta pasar por el buzón de correos y me echas esta carta. Primero te llegas al estanco y le pones el sello de dos pesetas y te quedas con la vuelta, “arriscao”.
- Gracias, señora Justa, délo por hecho. Pero, lo del perejil, ¿qué?.
- Anda, anda, que por esta vez pase, pero dile a tu madre que todavía me debe la media docena de huevos que me pidió la semana pasada, ¿vale?.
- Lo que usted mande, señora Justa, y déle recuerdos a su señor esposo don Mariano.

Así nació otra manera de hacer empresa; de recadero se pasó al trasporte urgente; de conocer panes, perejiles y sellos de correos, mutó a especializarse en comercio nacional e internacional de toda clase de artículos; y de sobar los lomos y las orejas para caer bien a todo aquel con quien se relacionaba, migró a la creación de un despacho dedicado a relaciones sociales y protocolo. Todo ello, y sin haber pisado la escuela más de tres años, ahora, bajo la denominación de PMQ Enterprise, LTD, cotiza en las bolsas más grandes del mundo. Y Pedrín, don Pedro ahora, ya no maneja duros ni pesetas; ahora solo tañe porcentajes: euribor, índice Nikkei, Dow Jones, evolución de resultados, dividendos y todo aquello que expresado en un papel con poco más de cinco dígitos y coloridos gráficos, ya le hace sentir como va a llenar la “talega” ese día. Y así durante muchos, muchísimos días.
Ya no calza alpargatas, sino Martinelli’s; ya no corretea por la callejuelas para acarrearse algunas perrillas, sino que ocupa una enorme limusina negra con chofer, secretaria, asesor personal y comunicación vía satélite; ya ni siquiera le habla a nadie de don o de doña. Ahora el Don, con mayúsculas, es él.
En sus empresas trabajan por todo el mundo más de diez mil empleados a los que ni siquiera conoce ni le importa; solo conoce a aquellos directivos y ejecutivos a los que pide explicaciones y exige beneficios; le da igual que en Rusia se trabajen cuarenta o mil horas, que los convenios colectivos en Sudáfrica no existan o que en sus minas de Perú trabajen niños de diez años; lo importante para él ahora es que su séquito de directivos no le compliquen la existencia con menudencias y que busquen las soluciones que sean precisas para inyectar continuamente capitales a sus ya abultadas arcas.
Un día, en un restaurante de muchos, muchos tenedores, al pagar la cuenta le dejó propina al maître, y éste muy educadamente le dijo: - Lo siento, don Pedro, pero no aceptamos propinas. Don Pedro se sintió agraviado y sin discutir quedó pensativo un momento. Al cabo de un rato dijo que quería hablar con el dueño del restaurante y éste se presentó a la mesa al instante. Le invitó a sentarse y le dijo: - No me ha gustado que el maître haya rechazado mi propina, cuestión que entre otras cosas no acostumbro a hacer, pero por ese mismo motivo le llamo, para darle a usted y a sus empleados las gracias porque desde este mismo momento acabo de sentir la vergüenza más absoluta que un ser humano puede sentir. Yo siendo muy niño acarreaba necesidades a las personas de mi entorno y con ello empecé a valorar el dinero, así como el trabajo que costaba ganarlo. Ahora, a través de esta circunstancia me he dado cuenta de que soy un desgraciado, un esperpento de la especie humana, una cloaca andante. Me sentó mal que el maître no aceptara mi propina porque me sentí humillado. ¿Cómo puede este desgraciado rechazarme, a mi, a Don Pedro, una propina?. Acto seguido comprendí que el desgraciado era yo, que he perdido por completo la sensación de cercanía y de calor hacia las personas, creo que todo me pertenece, hasta el respeto con el que se me trata y no me doy cuenta que si no hubiera sido por las propinas, no hubiera llegado a tener lo que tengo. Pero me acordé de doña Justa, justa hasta en el nombre, que me recordó que “no están los huertos para dar los frutos sino a quien los trabaja” y yo ya no trabajo, solo me adueño de los frutos.
Quiero vender todas mis empresas, retirarme con lo justo al campo con mi mujer y la cercanía de mis hijos y nietos. Todo lo demás que lo den “de propina” a todos y cada uno de los empleados de mis empresas, que a ellos les pertenece por su trabajo. Y si algún día me hiciera falta perejil, no dude que vendré humildemente a pedírselo… por favor.

1 comentario:

Picalcan dijo...

Muy bueno. Maldito dinero.