viernes, 14 de marzo de 2008


Voy paseando con mi perrilla desde mi casa a Los Huertos Familiares. Entre zancadas y carrerillas voy jugando con ella y disfrutando de esta compañía fiel y encantadora que me proporciona. De vez en cuando agarro un palo del suelo y se lo lanzo lo más lejos que puedo. Ella jadea con la lengua fuera, los ojos desorbitados y moviendo el rabo frenéticamente como pidiéndome que le dé marcha, que no pare de entusiasmarla, que comparta con ella sus ganas de jugar y sus demostraciones de cariño y lealtad. Acabo fatigado, entre otras cosas porque no soy capaz de aguantar el impetuoso ritmo que imprime y prodiga, y también porque ya no tengo el cuerpo preparado para soportar estos excesos, todo hay que decirlo.
Cuando paro a descansar un rato o simplemente me entretengo en otra cosa que no sea ella, me acosa saltando delante de mí, entremetiéndose entre mis piernas y, en definitiva, reclamándome la atención que por un instante he dejado de prestarle. A veces tengo incluso que litigar con ella porque no me deja ni andar y temo que entre este atosigamiento que me dispensa la vaya a pisar y le ocasione daño.
Entre estas conjeturas discurre mi paseo, en un día espléndido y por un paraje encantador de este precioso valle del Guadiato. Paseo por la orilla del pantano y disfruto, además de la compañía de mi perra, de los colores, de los olores, del precioso paisaje del fondo con la sierra de El Hoyo emergiendo hacia el cielo, con la eclosión de vida fluyendo por todo mi alrededor. Pájaros, peces, lagartijillas minúsculas, hormiguitas aún más pequeñas, flores, plantas y matojos, todos, todos parecen haber dicho que también quieren jugar y derrochar alegría y vida.
De repente, echo de menos a mi perra, ya no me hace caso, corretea alocadamente en todas direcciones, persigue pajarillos que andan buscando semillitas en el suelo, se atreve a espantar una colonia de cormoranes que acechan en la orilla buscando el más mínimo movimiento en las aguas para sumergirse, ladra como riñéndoles a un grupo de gansos que “gansean” con sus graznidos paseando por la orilla de enfrente. En fin, menos a mí, le echa cuentas a todo lo que la rodea.
Enfatizo en mis llamadas a su atención, busco palos y se los enseño, corro para que crea que me estoy yendo... y nada, no me hace ni caso. Adquiero un rictus de enfado porque me ignora hasta el punto de que tengo la sensación de no existir para ella, de no provocarle ni el más mínimo interés, y es entonces cuando me doy cuenta de la verdadera y exacta situación: ¡está llegando la primavera al valle, claro! … y es por eso por lo que la tremenda explosión de vida que está aconteciendo atrae toda la atención de mi perrilla … lo mismo que me está sucediendo a mí, que ando percibiendo sensaciones que solo este maravilloso y único lugar, el Valle del Guadiato, puede proporcionar. ¡Bienvenida, Primavera, el valle te obsequia con todo su esplendor y belleza!

1 comentario:

rdv dijo...

Magnifico paseo en mejor compañia, la fotografía con los Huertos al fondo dan fe de tus sensasiones.