Tengo
a Juan de Austria clavado en mi memoria. Pero lo tengo clavado en mi memoria no
porque me acuerde ni de quién es, sino porque me acuerdo de su vida y lo que
este personaje hizo. Y ésto fue por “culpa” de que tuve una profesora de Historia
que me “contó” la vida de este hombre de forma que lo percibí como una persona
que tuvo sensaciones.
No
me pasó lo mismo con el resto de “Historia”, asignatura que aprobaba porque
memorizaba el libro de texto como un autómata y conocía hasta la última coma
que en ese soporte (el libro) se expresaba,
por supuesto, trabajo del autor de turno y del curso que en ese momento cursaba,
valga la redundancia.
Ni
Viriato, ni Abdemarrám, ni Enrique VIII, ni Napoleón, ni siquiera Alfonso X El Sabio, y por
supuesto, ni Carlos I de España y V de Alemania, ni su hijo Fernando II, han
dejado en mi memoria rasgos que los hagan verdaderos, es decir, que los
interprete como reales, no como personajes de ficción, y por ende, faltos de
sensaciones y personalidad… o como diría mi ausente madre: “les falta alumbre”.
Sin
embargo, después de que trascurra la vida sin descanso sobre mis propias carnes,
entro en una nueva dimensión de percepciones e interpreto que la historia no era
una “asignatura”, y que, además, es el soporte del conocimiento que me ha
llevado (al menos es lo que yo siento) al mundo contemporáneo. Por eso, cuando
tengo que tomar alguna decisión, importante o no, no puedo desligarme del discernimiento
que poseo de qué se ha hecho en esas mismas circunstancias cuándo se produjo
ese semejante hecho, o alguno similar. Y es ésto lo que me sirve de referencia,
que no como doctrina, cuando entonces creo que, independientemente de mi
criterio, no me puedo desligar del entendimiento que poseo sobre el asunto.
Pero
es ahora cuando posiblemente me equivoque.
Si
todos, estudiantes o conocedores de
esa misma historia de la que, supongo que también todos hemos sacado conclusiones, estamos de acuerdo en que la
opresión que se ejerció sobre las personas,
insisto, personas, en por ejemplo,
la circunstancia en la que ser esclavo era
cuestión de natalidad, religión o raza; o en aquellas cuestiones en las que ser
súbditos era asunto feudal; o, por
ejemplo, en la que ser “paria” es (y aquí no uso el pasado) cuestión
de nacimiento, o, por poner otro ejemplo, ser
mujer es (y aquí tampoco uso el
pasado) sinónimo de vejación, ultraje y sumisión al varón… yo solo llego a una
conclusión: en el siglo XXV, por poner
un siglo de referencia, tendrá que haber una profesora de Historia como la
que yo tuve para que les explique a sus alumnos que aquellos que destrozamos la
vida conocida en el siglo XXI fuimos los imbéciles
que, a pesar de los conocimientos adquiridos, volvimos a admitir y asumir que la
normalidad de sufrir y padecer por ser personas
es algo normal y cíclico, en base a la “suerte”
de poder disponer o no de CAPITAL o
CRÉDITO, o lo que es lo mismo, de
haber nacido en un lugar determinado, para dejar en manos de “los nuevos aristócratas” esa parte de
la Historia PRESENTE que nos conduce
a vivir una nueva era, por ende moderna, y en la no se tiene la percepción
exacta de que el MUNDO, desde
Australia a Nueva York, desde el Cono Austral hasta Siberia, y desde la aldea
de La Coronada hasta Manhattan… está habitadas por personas… personas sin más opción a ser eso, personas, independientemente
del color su de piel, de su grado de
preparación, de si ha estudiado, y de si
ha tenido la oportunidad de saber que para
vivir como persona ostenta un derecho que es universal.
En
fin, que “la Historia es como el cauce de un río. Volverá a regar aquello que
forma parte de su lecho más tarde o más temprano Y el lecho será productivo
porque es parte del río… y ésto será espectacular cuando los “parias” se
enteren que el río también es suyo ”... decía Rabindranath
Tagore (en idioma Bengalí, রবীন্দ্রনাথ
ঠাকুর), en el siglo XIX, y ésto será otra
parte de la Historia que no comprendimos, aunque sí estudiamos.
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