martes, 15 de abril de 2008

El otro Peñarroya Pueblonuevo


El Antolín, el Barranco de la Ana, Las Gachas, más Gachas, El Cerco y más recientemente, la estación del ferrocarril. Este pueblo está pegado a desechos y restos de históricos y antiguos emporios industriales que a manera de tumor maligno oprimen las entrañas de esta sociedad, a la que contundentemente impiden crecer y modernizarse hacia esos lugares.
Trazamos una línea de oeste a este, tomando como punto de partida el silo y como punto de llegada, la escombrera de la Mina Antolín y nos encontramos con la siguiente imagen: hacia el norte, viviendas, barriadas completas, colegios, bares, restaurantes, tiendas, institutos, farmacias, mercados y, en fin, todo lo que en su conjunto conforma un pueblo y una sociedad viva, aunque decadente; hacia el sur y adosado como columna vertebral a ese norte anterior, escorias, escombros, barrancos, desechos, restauraciones abandonadas e invadidas ahora por vegetación salvaje, pozos de mina, edificios en ruinas, canteras y vertederos, muchos de ellos incontrolados.
Este es el otro Peñarroya Pueblonuevo, que al igual que las ruinas romanas, griegas y árabes allá donde las hubiere no impiden que el desarrollo, la restauración y el progreso aprovechen estas culturas arquitectónicas, fabriles e históricas como plataformas de aprovechamiento del pasado para proyectar un futuro, aquí no es así. Por supuesto que la comparación obviamente no procede, porque es superlativo cotejar con escorias y escombreras toda una cultura ancestral y milenaria como la que he mencionado, pero para el caso es lo mismo. Desde el Partenón de Athenas, hasta las ruinas de Itálica o Mérida, pasando por la Mezquita de Córdoba o el acueducto de Segovia, ahí están, reparados, restaurados, puestos en valor. Igualmente la estación de Atocha en Madrid, las minas de Riotinto en Huelva, las minas de sal en Berga, el parque de Cabárceno en Cantabria o los cientos de kilómetros restituidos de antiguos ferrocarriles para su conversión en vías verdes, han sido recuperados para la sociedad a la que en su momento sirvieron y han sido de nuevo puestos a disposición de ese servicio público como generadores de riqueza y bienestar.
Pero en Peñarroya Pueblonuevo no sucede así. Aquí nos hemos acostumbrados a mirar las telarañas y a venerar su contemplación, como si con eso desplegáramos efluvios que sirvan para algo. La memoria está para recordar y la historia para escribirla, pero lo que no es de recibo es que la base de la memoria histórica e industrial, como es el caso de Peñarroya Pueblonuevo, solo sirva para hundir aún más en la miseria a una sociedad que, precisamente por la inminente decadencia de estos emporios, ahora sigue mirándose el ombligo y reverenciando con admiración los desconchones del pasado. Cierto es que algo se ha restaurado, cierto es que esas restauraciones han servido para que durante su ejecución se generaran pequeñas dosis de empleo (algo muy necesario en estos lares), como cierto es también que ahora el mantenimiento y conservación de estas restauraciones no solo no generan riqueza, sino que la balanza se inclina contundentemente hacia los costes, que superan en mucho a los ingresos que éstos producen.
Estamos vinculados, como decía antes, a una columna vertebral que va desde la cabeza a los pies de Peñarroya Pueblonuevo y ello, al igual que ha pasado en muchos lugares de esta vasta España, en la que con fondos públicos han conseguido, por ejemplo, que no haya un barrando como el de La Ana que no solo no está cerca, sino que justo donde terminan algunas casas, hay un talud vertical con profundidades de 30, 40 ó 50 metros y sin ninguna medida de aislamiento o protección; que no existan restauraciones vegetales abandonadas y acordonadas con vallas de pinchos como campos de concentración; que no existan antiguas escombreras que, aparte del impacto visual y ecológico, estimulan la conducta denigrante de los que las siguen alimentando de desechos; que no recorra de oeste a este un muro de carbonillas prensadas (totalmente deteriorado y por algunas partes inexistente) por todo el centro de una ciudad y justo detrás de éste, exista a la vista de todo el mundo, un macro polígono industrial abandonado e idolatrado por sus depósitos de quebrado cristal, oxidados metales y acopios de escombro.
En otros lugares de España y más concretamente de Andalucía, esto ha existido y la realidad es que ahora no existe. Se han recuperado tradiciones, antiguas prácticas, costumbres, además de escombreras, arroyos, espacios vegetales, edificaciones emblemáticas industriales y ahora son ejemplo para esas ciudades donde están porque, primero: mantienen limpia y actual esa memoria histórica que les distinguió y, segundo: porque han comprendido que la mejor manera de conservar sus memorias y sus bellezas históricas es reparándolas y manteniéndolas, no dejando que el deterioro, el paso del tiempo y la distorsionada conversación de veteranos de guerra las haga desaparecer para siempre.

No hay comentarios: