martes, 12 de febrero de 2008

Últimamente me flagelo

Últimamente me flagelo. Me gusta oír a primera hora de la mañana, desde las 8:00 hasta las 8:15 aproximadamente, las despotricaciones que, desde su madriguera, exabrupta sin pudor ni apocamiento alguno el insigne Federico Jiménez Losantos. Se rodea de su propia corte de celestiales e invisibles ángeles apócrifos y vomita, ente gestos y rictus circenses, todo aquello que su pusilánime personalidad es incapaz de ejecutar a motu propio y por ello encubre su nimiedad en la soledad de su intrínseca existencia.
Verdaderamente es magnífico en expresiones superlativas y doctas, alusivas grandilocuentemente a historia, cultura, investigación, política, ciencia, técnica o cualquier otra materia existente habida y por haber en este mundo conocido y en el que quede por conocer. Todo ello, como es de esperar, con el ardor guerrero necesario para poner a parir al valedor de turno, menospreciarlo, humillarlo, poner en evidencia aquel defectillo sutil o inapreciable para personas de inferior catadura intelectual que él y, con esta mínima e insignificante pincelada, conseguir esbozar un terrorífico y maquiavélico cuadro solo comparable con el horror, la putrefacción y la muerte con dolor, cuestiones a las que le conduce su innata maldad y lo mezquino de su personalidad.
A veces maquilla y adorna los vilipendios para que el producto final no solo sea atroz y contundente, sino que además aparezca de cara al interlocutor (oyente en este caso) como realmente esperpéntico y con matices solemnes de denigración en su estado más puro y despreciable, para lo cual añade pizcas y retazos de “humor” con el objetivo de que este aderezo hunda aún más en la miseria a su “elogiado”.
Y de vez en cuando apunta alto y reverbera en lo más lúcido, en lo más brillante y en lo enormemente espectacular. Es entonces cuando comienza a babear por las comisuras de los labios, le enrojecen los globos oculares, por los que llega a excretar ponzoñosas secreciones que lo llevan a lo más prominente, a lo más sublime del placer orgásmico y satánico: alguien al que FJL “adora”, ha sido sorprendido in fraganti en algún desliz. Da igual el tamaño o la importancia de éste; basta con un minúsculo padrastro para que FJL despelleje al susodicho de un fuerte tirón de la brizna de piel que le asoma en el uñero y dejarlo en carne viva para, seguidamente, bañar con vinagre y limón los sangrantes músculos al descubierto. Aquí enloquece, no cabe en su cuerpo de gozo y regocijo, se corre literalmente y emancipa sus pudores para que éstos tomen rienda suelta y chorreen por doquier los efluvios preponderantes en el rencor y odio más despótico.
Después, como voy viajando, pierdo la señal de radio en esta frecuencia, cambio de emisora y se acabó. Ni el más mínimo ápice de recuerdo. Vacío absoluto.

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