lunes, 19 de enero de 2009

La Fábula del Cuervo en la Higuera (O de cómo de El Cerco se mutó a Cerro Camello)


Érase que se era un negro cuervo que acostumbraba a posarse en la higuera de una huerta donde, de manera sistemática, un granjero cultivaba las hortalizas del tiempo. Todo aquello que al campesino le sobraba de su labor, malas hierbas, matorrales y despojos de lo cultivado, lo amontonaba en la vera de un arrollo, lo dejaba reposar y lo servía mezclado con otras viandas a los animales de su granja: cerdos, gallinas, vacas, conejos y pollos.
El cuervo observaba una y otra vez esta acción y siempre andaba quejándose de que no recibía ni el más mínimo tributo de estos menesteres, que a priori le parecían sabrosos, más por el producto del reposo, que criaba lombricillas y gusanos, que por el propio manjar en sí. En esto estaba cuando un cerdo que estaba nutriéndose de estas raciones lo miró y le dijo: “¿Por qué andas tan soliviantado?” El cuervo le respondió que porque no pillaba nada de comida y entonces el cerdo le contestó que para poder comer en esta granja, hay que contribuir en algo: las gallinas ponen huevos, las vacas dan leche y los conejos, pollos y cerdos engordamos para carne, pero tú no haces nada, con lo cual no te pertenece ración alguna.
El cuervo quedó pensativo y al cabo de un rato le dijo al hortelano: “¡Oye!, ¿por qué no cambias de sitio el montón de despojos? Por ejemplo, en vez de dejarlo al lado del arroyo, lo puedes poner debajo de esta higuera donde yo me poso y así lo vigilo y lo cuido.”
Al granjero le pareció bien porque en principio no le trastornaba en absoluto este cambio y además entendió que los argumentos del cuervo mejorarían la situación, al impedir que roedores del entorno mermaran este producto.
Así se hizo y el cuervo observaba como todos los días el montón de despojos se situaba debajo de la higuera donde él reposaba. Cuando le entraba el hambre, no tenía más que descolgarse de la rama y picotear los incipientes brotes de lombrices y gusanillos que iban apareciendo, cuestión que a la larga impedía que el montón de hierbajos se putrefactara y producía que el resto de animales de la granja lo rechazaran.
Así que con el cambio de sitio, el único que salió ganado fue el cuervo, puesto que el resto de animales y el propio granjero perdieron, los unos en comida y el otro en dineros, porque tuvo que suplir los despojos por pienso que tenía que comprar.
Moraleja: “Si por cambiar de lugar, todos nos favorecemos, bienvenido sea el trocar, si no, ni cambiemos, ni mudemos”.