martes, 29 de marzo de 2011

Anda y que te lo miren

“Anda y que te lo miren”, frase mayúscula y, para más INRI, demostrativa de que quién la manifiesta no solo sienta cátedra, sino que además ostenta la exclusiva posesión de una capacidad de veredicto frente a algo que, a priori, es ostensiblemente peyorativo y, por ende, producto del desdén. Y me da muchísimo coraje, vamos, que ni me aguanto las cochuras cuando escucho esta composición modernista del lenguaje, y no porque esté mal dispuesta, ni siquiera porque no encaje en los discursos, ni por supuesto en las normas de nuestra Real Academia de la Lengua Española, sino porque quién es capaz de manifestar ésto, se me ocurre que de lo primero que carece es de sencillez; de lo segundo es de honradez y, por último, y tercero, es de no saber aprovechar la oportunidad que se le brinda para indicar a ese interlocutor, al que pretende humillar con estas manifestaciones, de lo brillante y magnífico que puede ser sacar de las penumbras lo estúpido o insulso de su criterios.
Pero no es así. Si esta frase se pronuncia, está clara la cuestión:
1. Se es gilipollas integral, o...
2. Se es gilipollas integral por segunda vez, o…
3. Se ostenta un estatus de listillo poderoso, o…
4. Se posee rango para humillar, con poder de que los contertulios no humillados adquieran el rol de palmeros, o…
5. , y por último, se es lo que figura en los apartados números 1 y 2.
Así que, por honrada expresión y posibles coyunturas: si yo meto la pata en mis apreciaciones, si parezco amorfo en algunas circunstancias, o simplemente manifiesto con libertad algo que pueda ser incongruente para alguien, ruego que ni mi mejor amigo, interlocutor u oyente, me diga “que me lo tienen que mirar”, porque “ME CAGARÉ EN TÓS SUS MUERTOS”.